Nuestro querido amigo

La historia de nuestro amigo Palometa no sabemos si caratularla de buena o mala. Todo transcurría con normalidad hasta que se enganchó en la droga, nos referimos a meterse de lleno y es aquí donde la vida se convierte en una lotería. Comúnmente se puede decir que la “salvación” es el mejor camino, pero en éste caso, dejaremos a ustedes que saquen las conclusiones.

José Domingo Carrasco, conocido por todos por “Palometa”, desde chico se juntaba con nosotros. Su casa estaba frente de la plaza donde nos reuníamos y la imagen de verlo saliendo por la puerta creo que la tenemos todos grabada. Siempre fue de piernas largas y muy delgado, por lo tanto era común que llevase las botamagas de los pantalones sobre los tobillos. Las bromas de “bajala a tomar agua” eran continuas, pero como parecía no molestarle, simplemente dejamos la broma de lado, además hasta ya nos habíamos acostumbrado a verlo así. Le caía bien a todo el mundo, pero nunca se destacó en el grupo, todo lo contrario, mas bien pasaba desapercibido, cuando jugábamos al fútbol lo mandábamos al arco.

Entramos en la adolescencia, los rumbos van por distintas direcciones, un grupo muy reducido seguimos juntándonos, sobre todo por identificarnos con el mismo estilo de vida, todas las tardes sin hacer nada y cuando pintaba la noche, juntar monedas para beber cervezas.

Palometa no sabemos muy bien como, pero se empezó a llevar mejor con unos pibes mayores que nosotros donde el patio de ellos acababa justo donde empezaba el patio de Palometa. Con ellos se metió en la droga, probó coca, pastillas y cualquier invento nuevo de esos. Casi sin darnos cuenta se fue alejando de nosotros, se dejó los pelos largos, abusaba de las remeras negras y de los pantalones rotos. Aunque también consiguió un laburo. Empezó haciendo changas de pintura y después entró por un contacto en vialidad, en las rutas, acondicionándolas. Cazaba buena guita, le daba la mitad a la vieja y el resto se lo hacía pedazos. Entre semana casi no lo veíamos porque del trabajo llegaba tarde y los fines de semana se daba con todo. Ni aparecía. Pero aun así, nunca faltó el lunes a trabajar.

El padre de Palometa había fallecido cuando este tenía unos tres años, y la vieja cuando se enteró por una de esas vecinas metidas, que su hijo era un drogón, sin darle muchas explicaciones, un día lo levantó temprano y lo metió en un centro de rehabilitación. No supimos nada de él por unos seis o siete meses. Un día apareció, pelo corto y peinado al costado, engominado, demasiado flaco, un pantalón de vestir, una camisa y un saco, seguro que la ropa era del nono. ¡Parecía un hombre de antes! No sabíamos si reírnos o compadecernos. Llegó, nos saludo con la cabeza y se quedó parado al lado nuestro. Ninguno de los presentes recodamos como salió el tema en aquella primera conversación con Palometa después de la rehabilitación, pero si le brindamos un absoluto silencio cuando habló de la Biblia, el Apocalipsis y el Génesis. Mentiría si dijera que el tema era aburrido, porque la verdad que nos entusiasmó a todos. Monstruos de siete cabezas, peleas de Ángeles y demonios, etc. Y cuando nos descuidamos, sacó una Biblia del bolsillo del saco y hasta nos leyó un pasaje. Todos atentos a la lectura hasta que empezó a citar el Evangelio según San Marcos. Los pibes le cambiaron el apodo, de Palometa a “El Predicador”. Inclusos algunos empezaron en broma pidiéndole que vuelva a las *****, que antes estaba mejor.

Actualmente, está metido todo el día en su casa, solo sale para ir a misa y esas cosas. No trabaja más. Vive, o mejor dicho, sobrevive de la pensión de su vieja. Pasaron unos diez años, ahora nos juntamos una vez a la semana. Nuestro amigo “El Predicador” ya ni nos saluda. No queremos ni imaginarnos que hará cuando su madre no este.