La cuenta atrás de Zapatero
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La cuenta atrás de Zapatero
Los centros liberales biempensantes del Madrid más oficial, entre Cibeles y Alcalá, creen que hacen un gran favor a su causa obstruyendo las medidas para engrasar la máquina del crédito que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, lleva casi un mes intentando poner en marcha sin éxito.
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Pero tal vez se equivoquen. A cada día que pasa, el sistema financiero español cumple con más dificultad su función de distribuidor colectivo de los recursos acumulados en forma de capital. Sin que sea necesario hablar, ahora, de culpables, está claro que el crédito es en la actual coyuntura el bien más escaso de la economía española y mundial.
Parapetados en la defensa de la fortaleza de los bancos y las cajas de ahorro españoles, los refractarios a adoptar medidas pueden estar consintiendo la generación de una creciente debilidad relativa del sistema frente a otros que, por más débiles, están siendo rescatados por sus respectivos gobiernos. Las ventajas económicas casi siempre son relativas y cambian según las reacciones que suscitan.
Mientras que el motor crediticio en España va perdiendo vigor hasta acercarse a la inanición, los sistemas financieros del entorno, especialmente los de países como el Reino Unido, Estados Unidos, Holanda, Bélgica o incluso Francia, se refuerzan y avalan gracias a las inyecciones de dinero público. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que esta asimetría se traduzca en una desventaja para el sistema financiero español que obligue a adoptar medidas drásticas para impedir males mayores? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que los operadores internacionales muestren claramente su preferencia por operar con entidades que cuentan con la garantía de sus respectivos estados? Si tal posibilidad se convierte en realidad, las consecuencias para una economía tan dependiente del crédito externo como la española pueden ser muy nocivas.
Francia es el espejo inverso de lo que ahora ocurre en España. El presidente Nicolas Sarkozy, tras facilitar ayudas al sector financiero de su país, ha advertido a los bancos de que si el flujo del crédito no vuelve a regar a las empresas, nacionalizará parcialmente el sector. Nadie sabe con exactitud hasta dónde alcanza la idea de parte de Sarkozy.
Como tampoco sabemos cuál era el alcance del aterrizaje suave de la economía española o de su sector inmobiliario cuando se pensaba en España que se debía dejar hacer piano piano al mercado. Si el adjetivo se considera en función del número de nuevos parados o de las estadísticas sobre la caída de la actividad, suave se aproxima desagradablemente a sinónimo de catástrofe.
En España, se puede dar la paradoja de que por considerar tan sano al paciente se acabe descartando prescribirle tratamiento preventivo alguno frente a la ola de frío y virus que ya está entrando por la puerta.
España está en la posición de líder destacada de los índices de desempleo de los países desarrollados. A punto de divulgarse la cifra de parados registrados en las oficinas del Inem en el mes de octubre, no hace falta contar con información privilegiada para saber que pondrá los pelos de punta. Y no es posible seguir confiando en la recuperación automática de la actividad una vez que se solucionen los complejos problemas del sistema financiero y la economía mundiales.
Y aquí reside una gran parte del reto de Rodríguez Zapatero. Evitar que los ciudadanos acaben viéndolo como un tipo simpático, hiperactivo, que sale mucho por la tele, hace anuncios aparentemente trascendentes con semblante circunspecto, se pelea por acudir a cumbres a las que alguien no quiere que asista..., pero que al final no hace nada.
El tiempo se acaba. La crisis avanza a una velocidad cada vez mayor, desde las finanzas en Estados Unidos, a las mundiales, de la economía real de Estados Unidos, a la del resto del mundo, de los países desarrollados a las economía emergentes, incluidas China y Brasil... Las medidas que no se pongan en práctica de inmediato no servirán para nada o serán mucho más costosas pocas semanas después.
Tras su frenética actividad viajera, con cumbres en China y Latinoamérica, José Luis Rodríguez Zapatero debe ocuparse de que las cosas se pongan en marcha en casa. Y esto no puede esperar a su retorno de una reunión en Washington que nadie sabe qué deparará.
Fuente: lavanguardia.es
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Pero tal vez se equivoquen. A cada día que pasa, el sistema financiero español cumple con más dificultad su función de distribuidor colectivo de los recursos acumulados en forma de capital. Sin que sea necesario hablar, ahora, de culpables, está claro que el crédito es en la actual coyuntura el bien más escaso de la economía española y mundial.
Parapetados en la defensa de la fortaleza de los bancos y las cajas de ahorro españoles, los refractarios a adoptar medidas pueden estar consintiendo la generación de una creciente debilidad relativa del sistema frente a otros que, por más débiles, están siendo rescatados por sus respectivos gobiernos. Las ventajas económicas casi siempre son relativas y cambian según las reacciones que suscitan.
Mientras que el motor crediticio en España va perdiendo vigor hasta acercarse a la inanición, los sistemas financieros del entorno, especialmente los de países como el Reino Unido, Estados Unidos, Holanda, Bélgica o incluso Francia, se refuerzan y avalan gracias a las inyecciones de dinero público. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que esta asimetría se traduzca en una desventaja para el sistema financiero español que obligue a adoptar medidas drásticas para impedir males mayores? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que los operadores internacionales muestren claramente su preferencia por operar con entidades que cuentan con la garantía de sus respectivos estados? Si tal posibilidad se convierte en realidad, las consecuencias para una economía tan dependiente del crédito externo como la española pueden ser muy nocivas.
Francia es el espejo inverso de lo que ahora ocurre en España. El presidente Nicolas Sarkozy, tras facilitar ayudas al sector financiero de su país, ha advertido a los bancos de que si el flujo del crédito no vuelve a regar a las empresas, nacionalizará parcialmente el sector. Nadie sabe con exactitud hasta dónde alcanza la idea de parte de Sarkozy.
Como tampoco sabemos cuál era el alcance del aterrizaje suave de la economía española o de su sector inmobiliario cuando se pensaba en España que se debía dejar hacer piano piano al mercado. Si el adjetivo se considera en función del número de nuevos parados o de las estadísticas sobre la caída de la actividad, suave se aproxima desagradablemente a sinónimo de catástrofe.
En España, se puede dar la paradoja de que por considerar tan sano al paciente se acabe descartando prescribirle tratamiento preventivo alguno frente a la ola de frío y virus que ya está entrando por la puerta.
España está en la posición de líder destacada de los índices de desempleo de los países desarrollados. A punto de divulgarse la cifra de parados registrados en las oficinas del Inem en el mes de octubre, no hace falta contar con información privilegiada para saber que pondrá los pelos de punta. Y no es posible seguir confiando en la recuperación automática de la actividad una vez que se solucionen los complejos problemas del sistema financiero y la economía mundiales.
Y aquí reside una gran parte del reto de Rodríguez Zapatero. Evitar que los ciudadanos acaben viéndolo como un tipo simpático, hiperactivo, que sale mucho por la tele, hace anuncios aparentemente trascendentes con semblante circunspecto, se pelea por acudir a cumbres a las que alguien no quiere que asista..., pero que al final no hace nada.
El tiempo se acaba. La crisis avanza a una velocidad cada vez mayor, desde las finanzas en Estados Unidos, a las mundiales, de la economía real de Estados Unidos, a la del resto del mundo, de los países desarrollados a las economía emergentes, incluidas China y Brasil... Las medidas que no se pongan en práctica de inmediato no servirán para nada o serán mucho más costosas pocas semanas después.
Tras su frenética actividad viajera, con cumbres en China y Latinoamérica, José Luis Rodríguez Zapatero debe ocuparse de que las cosas se pongan en marcha en casa. Y esto no puede esperar a su retorno de una reunión en Washington que nadie sabe qué deparará.
Fuente: lavanguardia.es
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Fecha de inscripción : 29/04/2008
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