Hamilton, ante el síndrome de la primera curva
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Hamilton, ante el síndrome de la primera curva
La pregunta vuela incesante por Interlagos. ¿Quién va a sacar de la pista a Hamilton? Habla Felipe Massa, el primer interesado, propietario de la «pole»: «El juego sucio nunca formó parte de mi forma de pensar. No es lo que quiero». Se explica Fernando Alonso, poco que decir: «No juego ningún papel en esta película». Y lanza un vaticinio popular, definitivo, Nelson Piquet padre, el triple campeón del mundo: «Hamilton no llegará a la primera curva».
No hay otro asunto de conversación en el «paddock» de Sao Paulo. Por asociación de ideas, surge el recuerdo de pasadas convulsiones en la Fórmula 1. Las embestidas mutuas de Senna y Prost en Japón a principios de los noventa, el voluntario intento de Schumacher por sacar del asfalto a Villeneuve en Jerez, la vieja retórica de este deporte que se resume en una frase ingeniosa: comer o ser comido. No hay otra.
La formación de la parrilla devino ayer en un juego diplomático, una invitación a las cábalas. En la primera línea, el idolo local Massa fiel a su costumbre de grandes sábados junto al invitado sorpresa Jarno Trulli. Por detrás, el apático Raikkonen, de quien nadie espera patadas subterráneas, y el punto nuclear, Lewis Hamilton. Una línea más allá, Kovalainen, escudero de lujo, y Alonso, siempre imprevisible.
Un plan incómodo para Hamilton a primera vista, toda vez que no tiene pista libre y sí bastantes miradas atravesadas a su alrededor. Salvo Rosberg y Sutil, el resto de la parrilla ha establecido distancias con él. No gusta su carácter impetuoso, de tirar puertas a patadas con la excusa de la juventud.
En poco más de cuatrocientos metros se juega el Mundial. El primer giro de izquierda es corto (algo más de cien metros), la bajada que sigue pone a prueba los frenos antes de volver a torcer a la derecha a 166 kilómetros por hora y afrontar la curva rápida (257 kms./h.) donde Hamilton comenzó a perder el título el año pasado.
A mí que no me miren, dice Alonso, consciente de que muchos ojos están puestos en él como presunto juez de paz de la carrera. Una periodista brasileña le pidió en nombre de sus compatriotas que hiciese algo. Y el asturiano respondió contundente: «Esa gente hace años que no ve F-1. Es muy bonito decir que provoques un choque cuando vas a trescientos. Eso es para la play. A los pilotos no nos gusta jugarnos la cabeza. Si quieren que haga una buena salida, que bajen a empujar».
Fuente: abcsevilla.es
No hay otro asunto de conversación en el «paddock» de Sao Paulo. Por asociación de ideas, surge el recuerdo de pasadas convulsiones en la Fórmula 1. Las embestidas mutuas de Senna y Prost en Japón a principios de los noventa, el voluntario intento de Schumacher por sacar del asfalto a Villeneuve en Jerez, la vieja retórica de este deporte que se resume en una frase ingeniosa: comer o ser comido. No hay otra.
La formación de la parrilla devino ayer en un juego diplomático, una invitación a las cábalas. En la primera línea, el idolo local Massa fiel a su costumbre de grandes sábados junto al invitado sorpresa Jarno Trulli. Por detrás, el apático Raikkonen, de quien nadie espera patadas subterráneas, y el punto nuclear, Lewis Hamilton. Una línea más allá, Kovalainen, escudero de lujo, y Alonso, siempre imprevisible.
Un plan incómodo para Hamilton a primera vista, toda vez que no tiene pista libre y sí bastantes miradas atravesadas a su alrededor. Salvo Rosberg y Sutil, el resto de la parrilla ha establecido distancias con él. No gusta su carácter impetuoso, de tirar puertas a patadas con la excusa de la juventud.
En poco más de cuatrocientos metros se juega el Mundial. El primer giro de izquierda es corto (algo más de cien metros), la bajada que sigue pone a prueba los frenos antes de volver a torcer a la derecha a 166 kilómetros por hora y afrontar la curva rápida (257 kms./h.) donde Hamilton comenzó a perder el título el año pasado.
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